A penas hace ocho martes que empezaba la primavera, y sin embargo, todas mis flores ya están marchitas. Las rosas secas y ensangrentadas observan el cielo gris entre lágrimas de rocío, que se cierne sobre ellas pálido, callado. Sus nubes alborotadas permanecen mudas, el silencio es todo lo que tienen que decir. Y yo, me dejo caer sobre un charco oscuro.
Sólo quiero llover para dejar de ahogarme en la nostalgia, para dejar de sentir que mis pulmones se llenan de tormentas. El vacío que siento en el pecho se me escapa por la mirada inundando los iris de cristal azul. El balazo en las costillas y su nudo de horca en el cuello ayudan a que difícilmente pueda respirar.
Mirad cómo me asfixio. Quizá así pueda vomitar.
Entonces me lanzo al abismo. La lucha de la caída libre.
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