Amelia y David.
Es mi primera vez publicando, si te gusta dímelo para terminar el cuento! Gracias por leerme.
Acababa de llegar, era su nuevo lugar de trabajo. No tenía claro si donde se alojaba era una casa o mas bien un hotel, era difícil diferenciarlos. Ella estaba en un estado neutral, haciendo lo que tenía que hacer, rodeada de gente nueva todo el día.
Así fue como conoció a su compañera, le preguntaba todos los días cómo estaba y le pedía ayuda en el trabajo. Amelia no dudaba nunca en acercarse y echarle una mano, por su naturaleza cálida y colaborativa. Todos los días salía de casa a la misma hora y llegaba al periódico, saludaba a sus compañeros, se sentaba en su sitio concentrada y empezaba a escribir, hasta que en el algún momento llegaba ella y le pedía ayuda. Podía ser cualquier cosa.
Ese día, para agradecerle toda su ayuda la invitó a desayunar. Amelia le repetía que no era necesario, que lo hacía porque quería y que no le debía nada, pero Ella insistió. Así que fueron a un café de tipo español que rara vez se encontraba por aquel país en el que estaban ahora. Amelia se sorprendió y le comentó a Ella que nunca había estado en un sitio que tuviese ese tipo de comida y que fuese tan acogedor como aquel, Ella le contó que es un bar muy parecido a los que hay en España, su país de origen, que tanto quiere. Le contaba que cada vez que siente nostalgia o cuando conoce a alguien especial le lleva a ese lugar para que de alguna manera conozca un poco más de ella.
Estuvieron hablando sobre el trabajo un rato. Ella ya llevaba allí más de un año, en cambio Amelia apenas había cumplido dos meses. Así que Ella le contó las historias que conocía de cómo se había formado aquel equipo y el lugar que ocupaban cada uno de los integrantes. Le contó también sobre cómo el dueño del periódico le había ofrecido varias veces que le acompañara a la ópera y ella lo había rechazado, no tenía ningún interés, nunca había pasado nada entre ellos. Solo las miradas en los ascensores y los rumores de los compañeros. Pero le dijo que este señor era de buen corazón. Le contó cómo la había ayudado varias veces, y fue en ese momento cuando se abrió y le contó a Amelia sobre su condición.
Le contó a Amelia que siempre fue muy feliz en casa, era una buena hija, amaba a sus padres, a sus hermanos y amigos. Pero un día le dio un dolor de cabeza tan fuerte que perdió la conciencia, estuvo allí tirada mucho tiempo hasta que llegaron sus padres y la llevaron al hospital. En el hospital le dijeron que tenía una enfermedad “extraña” en el cerebro y que viviría unos meses. Aquel fue el momento más duro de mi vida, comentó Amelia.
“Estuve en casa unos meses, esperando que llegara el momento. Decidí hacer de esos meses los mejores de mi vida. Me apunté como voluntaria en un colegio y en un hogar de niños huérfanos. Les enseñé que lo mejor de la vida es el momento presente y que hay que disfrutar de lo que tenemos. Era tan feliz en aquellos días”. “Cuando vi que no pasaba nada, les dije a mis padres que si me habían dado un aplazamiento quería ver el mundo. Me ayudaron con todo, aunque con gran dolor. Mi madre me hizo prometer que si sentía el más leve dolor debía volver o por lo menos avisarles con tiempo para llegar a buscarme”. Lo prometí, pero he intentado no hablar nunca del tema, sí siento dolores de vez en cuando, pero yo les llamo dolores de horas extra”.
Amelia, quedó sorprendida por la historia, pero a partir de ese momento se acercaron más. Se dio cuenta de que Ella era completamente diferente a ella, tal vez por eso se llevarían tan bien. Durante los meses siguientes iban todos los días a la cafetería a compartir sus historias sobre lo que harían y sobre los siguientes viajes.
Cuando Amelia llegó al periódico aquel día la notó diferente. No fueron al bar, a pesar de que Amelia tenía preparada la lista de la que habían hablado para empezar a poner en marcha su viaje por el mundo.
Se escuchó un ruido. De repente todos se levantaron. Amelia con los cascos no se dio cuenta de lo que pasaba, hasta que miró hacia atrás y los vio a todos en el sitio de Ella. Se acercó corriendo, sin aire, a pesar de lo cerca que estaban sus sitios. Cogió la cabeza de Ella que estaba en su escritorio, no se movía. La cogió entre sus brazos y la abrazó. Escuchaba a sus compañeros decir que estaba muerta, que no entendían lo que había pasado. Amelia no dijo nada, solo abrazaba a su amiga.
Alguien llamó al dueño del periódico quien bajó a ver lo que pasaba, al encontrar a Ella le brotaron las lágrimas en su rostro y rápidamente levantó el cuerpo de Ella, quitándolo de los brazos de Amelia y la llevaba en dirección a la salida. Amelia, lo detuvo, no dijo una palabra, solo le dio aquel papel ya amarillento que le dio Ella en caso de que le pasara algo. El tampoco dijo nada, parecía que los dos sabían lo que tenían que hacer.
Amelia salió de la oficina, pensó en ir a su casa, que quedaba muy cerca de la oficina pero no prefirió caminar por aquel camino que nunca había seguido y que le había comentado a Ella en varias ocasiones que algún día vencería sus miedos y conquistaría aquel callejón.
Empezó a caminar por el callejón, oscuro, rodeado de paredes de piedra con musgo de un color verde y negro, el olor era rancio, incómodo pero Amelia continuó. A su izquierda tenía aquella pared llena de musgo, el suelo también estaba lleno de musgo, era difícil caminar y era de piedra, el camino era muy estrecho. Decidió mirar al frente, hasta que se percató de que a su derecha había una piscina natural, parecía un oasis en medio de un desierto, lleno de plantas colgantes, rodada de piedra y musgo. No se acercó, era imposible ver a través del agua. Mientras caminaba por la piscina vio como saltaba un delfín, era hermoso, lo cual le sacó una sonrisa. Una vez entró al agua y desapareció el delfin, saltó un tiburón gigante, aquello fue bizarro Amelia no se lo esperaba. Apuró el paso y avanzó hasta que dio con otro grupo de personas que caminaban delante de ella.
Se dio cuenta de que era una familia, tres niños y su padre. Las dos niñas estaban asustadas, el padre mantenía la calma por sus hijos y les decía “mirad hacia delante, recordad que estoy aquí”. Era un hombre enorme, para Amelia el hombre más grande que había visto en aquel país hasta el momento. Era de hombros abiertos, alto, fuerte, pesado, se escuchaban sus pisadas, era negro como la noche y con ojos negros grandes. El niño se parecía al padre pero con un aspecto más amigable, como si de la mezcla con quien fuera que sea su madre se hubiesen suavizado sus rasgos, a las niñas le pasaba lo mismo.
Amelia continuó detrás de ellos. Se sentía a salvo. Unos pasos hacia adelante, se abrió el terreno, no más pared de piedra. Se vieron unas casas de la zona. Eran casas bajas cada una con colores diferentes todas mirando hacia el sendero por donde caminaban. Mientras caminaban por las casas, vieron a un hombre que no parecía estar bien de la cabeza, gritaba y gritaba, cuando les vio empezó a gritarles a ellos, al ver que no les respondían entró a casa. Amelia se alivió, porque sus gritos eran molestos y cada vez se agravaban más en el tono y las palabras. Se sorprendieron al verlo salir, escuálido, blanco pálido, con un pelo que parecía no haber lavado en meses y un tatuaje que iba desde su brazo izquierdo hasta su brazo derecho pasando por el cuello, parecía que aquel tatuaje se lo había hecho en una época en la que su cuerpo era distinto, más fuerte, ahora le colgaba. Salió y les apuntaba con un rifle, disparó, pero no tenía balas, disparaba y disparaba en su mundo paralelo, ellos siguieron caminando.
Cuando pasaron esa zona de casas se encontraron con otras casas, unos adolescentes jugando en la planta baja, en otra una pareja que discutía muy fuerte, parecía que en cualquier momento cualquier desgracia podría pasar, Amelia quería hacer algo, pero tenía miedo de perder la protección de aquel hombre y su familia, así que siguió caminando.
Al pasar aquella zona abierta, llegaron a un sendero empinado con calles abiertas de piedra. Parecían casas de cuento, las puertas eran gigantes, todo rodeado de plantas, ni siquiera se podían ver las casas desde la calle con todos los árboles que habían en la entrada. Subían y subían, mirando lo grande que eran aquellas casas. Los niños preguntaban a su padre qué era aquello tan grande, su padre no respondía.
Cuando se abrió el terreno y ya no se veían estas casas, llegaron a una zona con una división. A la derecha una montaña cuesta abajo, a la izquierda un barrio que parecía sacado de otra época. Era horario de trabajo, pero estaba lleno de hombres en edad útil haciendo actividades sospechosas y con una forma de relacionarse dudosa. Estaban sentados en las aceras mirando a todas partes, como si esperaran algo.
En ese momento el padre de la familia le dijo a Amelia que ya ellos habían llegado a su destino, pasarían a recoger unas cosas en una casa cerca de la valla divisora para irse a casa, pero su camino a casa lo harían de otra manera. Se despidió de Amelia y le dijo que se fuera por el camino de la izquierda que era el más cercano. Amelia le dio las gracias, pero se regresó por donde habían venido. Le daba pánico pensar en lo que podía pasar si cruzaba aquella valla, en algún momento le pareció como si aquellos hombres la miraran como esperándola.
Empezó a bajar la cuesta de casas gigantes con la confianza de pensar que ya había hecho aquel camino y que nada pasaría. Siguió caminando. Empezó a escuchar un pequeño ruido detrás de ella, cuando miró hacia atrás vio que un perro la seguía. Empezó a caminar más deprisa, el perro empezó a caminar más deprisa, adelantó el paso y se dio cuenta de que habían otros dos perros en la bajada, como si estuvieran allí para ayudar al tercero que ya perseguía a Amelia. Estaban jugando entre ellos, pero cuando vieron a Amelia se detuvieron y se quedaron viéndola fijamente. No sabía qué hacer, eran perros grandes, en otra situación los estaría acariciando pero no eran del tipo.
De repente salió un niño y llamando a alguien sin parar. El perro de detrás de Amelia saltó sobre el niño. El niño siguió llamando y uno de los dos perros que esperaban abajo también subió a encontrarse con el niño, el otro se fue. Que alivio, pensó Amelia.
El niño era gracioso, con cara amable, dientes perfectos, pelo de aventurero, complexión delgada pero fuerte, se movía muy rápido y tenía voz suave pero firme, un tono de general en un niño pequeño. Se le veía seguro y confiado, tenía una vara en su mano que giraba con cada movimiento y acompañaba a sus palabras para hacerlas más vivas y entretenidas.
El niño llamó a alguien y le dijo “abre la puerta para entrar a los perros”, salió otro niño muy parecido al él pero más alto y un poco más fuerte. Abrió la puerta y los perros entraron, Amelia no podía dejar de sonreir. El niño mayor salió también de la casa, estaba de pie junto al pequeño, ambos mirando a Amelia como si la estuvieran estudiando.
Amelia, le dio las gracias y les dijo que seguiría su camino. El niño más pequeño le dijo de una forma muy vibrante “llévame contigo”, ella le dijo que iba a casa y que no podía llevarle. Entonces tuvo su primera experiencia con aquel enano de otra dimensión.
Le preguntó “Cómo te llamas”, ella le respondió “Amelia”. Le dijo “Amelia, tengo una vara mágica que nos servirá para librarnos de cualquier tormenta, de cualquier persona malvada que se acerque, nos librará de tigres, leones, pumas, elefantes, de cualquier cosa que pueda hacerte daño. Te prometo que te protegeré, y que haré lo que me digas, menos destruir mi vara mágica porque si no luego ya no es mágica y no sé dónde podría conseguir otra igual, pero haré cualquier otra cosa que me digas. Además, no necesito comer, no soy como mis vecinos que lloran cuando tienen hambre, yo puedo aguantar días y días, incluso si alguna vez vamos al desierto podría aguantar solo sosteniendo mi vara mágica, por favor llévame contigo”.
Amelia, reía. No se pensó que su día podía cambiar de aquella manera. Pero, pensó, no estaba segura de cuánto tiempo había pasado, parecía perdida. Le dijo entonces “iremos a mi casa y volveremos en seguida”. David se iluminó, apretó su vara y recogió una hoja fresca del suelo de piedra y gritó “estoy listo!”. Su hermano, parecía que estuviera viendo una obra de terror, hasta que dijo “un momento, no puedes llevártelo, mis padres llegarán en breve. ¿Qué le digo a la señorita Leonor?”. El niño le dijo “llegaremos antes de que lleguen mis padres”.
Empezaron a caminar. Amelia le preguntó su nombre, el le dijo “David”. Cuando completaron el camino de casas por la calle de piedra volvieron a aquella zona abierta. Donde seguía discutiendo aquella pareja. Amelia le dijo a David que lo ignorara. Pero David ya los había visto, le decía “si apunto con mi vara mágica y concentro mis ojos en ellos puedo hacer lo que me digas, podría convertirlos en piedra o no mejor podría convertirlos en perros, pero los convertiría en perros de los que te gusten para que no pienses que te quieren hacer daño. Podríamos acercarnos allí y ayudarles, seguramente están asustados por algo, lo puedo ver en sus ojos ¿vamos hasta allá?. “NO!” le gritó Amelia, “sigamos nuestro camino”.
David seguía comentando todo lo que veía, siempre con una solución para resolver los problemas de las personas, incluso de los animales. Pasaron por donde jugaban aquellos adolescentes y luego por donde estaba en hombre apuntando con el rifle. En un momento, estaban enfrentados, David apuntaba al hombre, el hombre apuntaba a David, aquello parecía una estampa de la guerra más feroz. Si una cosa era evidente era que aquel niño no sentía miedo, que preocupaba todavía más Amelia.
Continúa: Si te gustó dímelo para completar las historias de Amelia y David.
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