DOMINGO
Amanecí boca abajo, tal cual me tiré anoche en la cama, con la misma ropa y sin desmaquillar. La sábana blanca que recubría la almohada, parecía un lienzo donde hubieran pegado cuatro brochazos negros y unos tantos rojos.
-Mierda, ¿en qué momento volví a pintarme los labios?
El reflujo con sabor a cerveza y tequila que me invadió la garganta me hizo salir pitando al lavabo. Después de sacar de mí unos 3 litros de líquidos varios y enjuagarme la boca, me lavé la cara con agua fría. Qué bien sienta, como lo necesitaba. Cuando me miré al espejo la estampa fue lamentable, parecía que me habían dado dos puñetazos, uno en cada ojo, y antes de llegar a casa debí inyectarme botox en los labios porque parecían dos salchichas de un color rojo intenso. Al regresar a la habitación, me fijé en unas pequeñas manchas azules en el edredón, estaban justo debajo de la almohada. Me quité el vestido y volví al baño a darme una ducha. Me recogí el pelo en una coleta y al bajar los brazos vi que tenía un borrón azul en la parte posterior del brazo derecho. Por mucho que miraba, no lograba descifrar si lo que allí había estado escrito tenía algún sentido o era fruto de alguna tontería nocturna.
Mientras dejaba que me cayera el agua sobre la cabeza, intentaba recordar lo que había hecho la noche anterior. Aquella tasca llena de gente, bebiendo dos rondas de chupitos seguidos, intentando que no se no cayera ni una gota de alcohol de la boca; Sira y yo subidas a hombros de Luis y Samuel; cantábamos muy alto de camino a algún sitio; bailando como una loca en medio de la pista de una discoteca mientras subía los brazos para agarrar a Ruth que estaba haciendo lo mismo pero subida en una tarima; un pasillo, yo apoyada en la pared y Raúl enfrente, muy cerca.
-¡No! Con Raúl no, por favor no… no…- supliqué en voz alta.
Eran ráfagas de recuerdos difusos que no sabía en qué orden habían sucedido. Una conversación con Ruth en el baño (¿una conversación o una discusión?). De repente, un chorro de agua helada me da en la espalda y hace que se me corte la respiración por un segundo y, en ese momento, tengo la visión de caminar por la calle con las sandalias de la mano. Levanté el pie para mirarme la planta. Había vuelto a casa descalza. Unas minúsculas chinas estaban hundidas en la carne y todavía seguía allí la mitad de la mierda que había ido pisando por el camino.
Al enroscarme en la toalla y volver a mirarme al espejo, vi que lo que había alrededor de mi ojo izquierdo no era sólo máscara de pestañas, tenía un ligero tono morado. Y el labio superior ya no estaba rojo, pero si hinchado, y parecía ir a más. Cuando me toqué ambos sitios sentí como si me clavaran mil agujas. Había pasado algo chungo, ahora sí tenía que esforzarme en recordar.
JUEVES ANTERIOR
Sin abrir del todo los ojos, vinieron a mi cabeza los planes del día, y la verdad es que ninguno era demasiado atractivo. Eché un vistazo a mi habitación. Ropa en mi sofá blanco que nunca uso, bolígrafos esparcidos entre mil folios cubriendo la mesa, una botella de agua vacía en la estantería… algo muy poco habitual en mí porque suelo ser bastante ordenada, pero había llegado a mi último día de estudio antes del examen final de psicología. Tenía tarea para toda la mañana.
Un beso repentino de mi madre acabó de desperezarme.
-Por favor échale un ojo al pitochito de la olla -. Me dice mientras sale corriendo con sus tacones hacia la entrada -. ¡Y riégame las plantas!
-¡¿Llevas el móvil?!
– ¡Sí! ¡Te quiero!
Siempre le pregunto por su móvil, suele dejárselo en casa y me pone de los nervios. ¿Qué le riegue las plantas? Como si se fuera un mes… las adora. Es una mujer estupenda. Siempre estresada, pero encantadora. Dicen que nos parecemos mucho aunque físicamente yo no veo el parecido. Ella tiene un brillante pelo rubio, corto y con el volumen justo para que parezca que acaba de salir de la peluquería. Sus ojos verdes y su sonrisa acaban de combinar con un cuerpo donde se aprecian secuelas de quien ha dado a luz dos veces, pero que nada tiene que envidiar a una treintañera.
Y ahí estaba yo. Con mi larga melena morena, alborotada y con unos rizos deshechos rogando un lavado rápido. Mis ojos marrones con lo que combinan es con unas ojeras espantosas que me acompañan desde el lunes. Apenas hago deporte, pero mi talla 34 hace creer que estoy en forma.
-Debería darme rayos UVA.
-Y que lo digas… -. Mi hermano Nathan. Un adolescente un poco rebelde que pasa de los estudios y se centra en el género femenino. Al contrario que yo, él es un gran deportista, fútbol, tenis, natación, baloncesto… es bueno en la mayoría de ellos aunque su deporte estrella es éste último. Está en el equipo de su instituto y eso le hace ser aún más popular, y aún más insoportable.
-Podías decir buenos días…
-Me voy a clase hermanita ¡Dile a mamá que no vengo a comer! ¡Adiós!
Qué maravilla, sola en casa. Después de una recreativa ducha y un consistente desayuno, puse uno de mis cd’s de canciones de los 90 y cuando me adentré en mi pequeña cueva a intentar ordenar ese caos, sonó el móvil. Era mi padre, el hombre más tranquilo y paciente que conozco. Es el gerente de una cadena de clínicas privadas. Demasiado imprescindible como para tener mucho tiempo libre, así que mantenemos una relación mayormente telefónica.
-Hola princesita, ¿cómo te has levantado hoy?
-Hola papi, podría haberme quedado cuatro horas más durmiendo pero tengo demasiadas cosas que hacer.
-No sé si esta noche llegaré a cenar, tengo que cerrar todas las cuentas del mes pasado y vamos con retraso. Sólo quería mandarte un beso –. Vaya, últimamente esa es una noticia muy habitual.
-Ok. Gracias papa, que tengas un buen día.
-Adiós pequeña, y no te estreses que sé que lo tienes todo controlado.
Por fin aquello parecía una habitación y comencé mi ritual de preparación al estudio: me siento en el escritorio, selecciono lo que debo y no debo tener a mano, pongo los bolígrafos alineados a mi derecha, mi botella de agua, ahora llena, a la izquierda y dejo la ventana con la abertura justa para que entre algo de aire pero no demasiado ruido. “Psicología de la educación”, título, nada atractivo, del resumen compuesto por unas 200 hojas que esperaban a ser repasadas.
-A por ello Nadia, último día.
A los 5 minutos estaba dando unos peligrosos cabezazos a punto de dislocarme el cuello así que tomé la decisión de irme a la biblioteca, al menos allí, rodeada de gente, no me quedaría dormida.
Era un día caluroso y la gente buscaba las sombras que nos regalaban los pocos árboles de la calle. Mi parada de autobús era un simple palo al bode de la acera sin un tejadillo o una marquesina donde poder sentarte. Por suerte, el número 8, que me llevaba a la biblioteca municipal, a la cual prefería ir por espacio, comodidad y algún que otro estudiante atractivo, llegó en 5 minutos. Nada más abrirse las puertas y ver al conductor, supe que iba a ser un viaje bastante desagradable.
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