Silencio. Lo único que me rodeaba era el silencio. Uno aplastante, sofocante, agotador. Era horrible. A pesar de estar rodeada de gente, me sentía sola. Muerta por dentro; vacía. Estaba cansada de tener que prestar atención a la gente que venía, mirándome con lástima, a darme el pésame. Me quería ir. Lejos, muy lejos, a otra realidad.Me encierro en mí misma, y gustosa, me dejo llevar por los recuerdos, transportándome al pasado.
Lo conocí a los nueve años, cuando no era más que una chiquilla a la que le gustaba ver películas de Disney, donde todo el mundo tenía un final feliz. Pero estaba equivocada. Me acuerdo que ese día no sabía cómo comportarme, no sabía si se esperaba de mí que ayudara, no sabía qué hacer para que mi madre dejara de llorar. Me sentía agobiada, así que salí por la puerta de la cocina, que daba al jardín trasero. Vagué como un errante, hasta que finalmente me dejé caer bajo el gran manzano que teníamos. <<¿Por qué las mejores personas mueren?>>, pregunté al aire. <<Cuando estás en un jardín, ¿qué flores escoges primero?>>, escuché a mi lado. Me giré y lo vi. Un niño más grande que yo, flaco, de pelo marrón y ojos color avellana, vestido de negro. Me lo quedé mirando, en silencio, hasta que recordé su pregunta. <<Las más bonitas>>, respondí yo.
A los trece años me dieron mi primer beso. Me lo dio él. Él sabía que me gustaba, pero no hacía nada al respecto. Ese día hacía calor, por lo que estábamos comiendo helado. El mío era de chicle y el suyo de menta. Todo estaba bien, hasta que de repente empezamos a pelear. Recuerdo que un momento exploté y le dije que ya no le iba a querer más. Algo imposible, la verdad. Él se echó hacia atrás, como si le hubiera abofeteado. Su mirada pasó de estar llena de dolor a determinación. Tiró su helado, me atrajo haca él y me gritó <<Sólo yo te puedo gustar, ¿entendido?>> Y me besó.
Un año después de eso, me pidieron salir. Y fue él, claro. Era de noche, y nos columpiábamos suavemente en el columpio que había en su casa. Lo había notado nervioso e inquieto todo el día, pero cuando le preguntaba, se hacía el loco y decía que todo estaba bien. No lo descubrí hasta ese momento. Nos habíamos quedado en silencio, hasta que, de la nada, dijo <<Vale, lo voy a hacer>>.
Cuando yo tenía dieciséis años y él dieciocho, le diagnosticaron cáncer. Meses después de la noticia, tumbados en el césped, me confesó, mirándome con esos ojos llenos de amor y dándome esa sonrisa ladeada que tanto amaba <<Me gustaría ir lejos. Muy lejos>>.
Noventa y seis días más tarde, él estaba lejos, muy lejos.
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