10 años después de Julius.
En realidad, el recuerdo es un poco difuso y no podría probar con exactitud que ese 6 de enero cumplí 13 años. Irónicamente, este último número forma parte de mi calendario personal: aniversarios pasados, cumpleaños especiales, nuevos inicios, últimos besos…Pero nada como el primer libro. Hace algunos días mi cuerpo ha sufrido el ataque de bolitas rosadas(ronchitas), las cuales, al parecer, son producto de una alergia a determinado químico que aún no descubro, de alguna manera, esta especie de recuerdo volcado en el presente, hace referencia a mi varicela de 13 años.
Apenas cursaba los primeros años de secundaria, cuando de pronto un ejército de puntos rosas pintaron mi cuerpo de manera despiadada. Los doctores confirmaban mi mala suerte: “Mientras más grande eres, peor es la varicela”. Entonces la lucha empezó, le supliqué a mamá que vayamos a mi casa de San Marcos y me ponga en cuarentena, porque mi prima estaba embarazada, y yo(de alguna manera oculta) sabía que era muy peligroso que se contagiara. Así que nos marchamos. Casi 35 días estuve aislada del mundo y de la luz solar, solo veía a mi madre. Servicialmente me preparaba bebidas de hierbas extrañas, las cuales, según la sabiduría popular, harían mi dolor más llevadero. Mi habitación se convirtió en una sala de hospital, todo lucía tan níveo, esterilizado y aburrido que casi olvidaba mi adolescencia y caía en los brazos del dolor y el abandono. Pero, como simpre, la literatura te encuentra.
Había en mi casa un librero que mi abuelo escribano había conservado en sus años de estudio, era pequeño y me daba alergia, pero no por ello tenía poco significado. Agobiada por la triste programación de los canales nacionales, decidí dedicar mi tiempo a otras actividades. Empecé por los libros que parecían más gastados, recuerdo que abrí Corazón y a los minutos lo cerré, no porque fuera una obra mala, sino porque mi varicela me obligaba a ser selectiva con mis lecturas. Había un libro que tenía una pelotita en primer plano y detrás de él varias entradas, como si esa pelotita fuera la llave a diversos mundos fusionados en el libro, no me equivocaba.
No podía dejar de leerlo, en pocos días mi cerebro había procesado más palabras que en mis 13 años vividos. Pasé mi cumple con Julius y Cynthia. Deseé con todo el alma conocer a ese señor bigotón que había creado un mundo para mí y mi varicela. Ese señor, al cual, como si de magia se tratara, habían llegado mis manos, antes solas y sensibles por las ampollas. Ese libro fue el inicio de mi espíritu lector. Espíritu que se apaga por temporadas, pero cuando brilla no deja ni una hoja pendiente. Tal vez no he nacido para la literatura, lo puedo comprobar en mis casi 23. Pero si mañana me pidieran que confiese, al menos, una verdad absoluta de mi vida, esta sería, sin pensarlo dos veces, que no sería Ale sin Julius. No podría concebir mi personalidad o mi esencia sin la literatura, así nuestra relación sea abierta y hayan silencios prolongados con mi teclado. Además, hasta las mejores relaciones amorosas tienen deficiencias, por la misma razón por la que me peleo con la literatura: cuando se quiere demasiado algo, se corre el riesgo de perderlo todo por haberlo dado todo.
No sé con exactitud si a los 13 años terminé de leer Un mundo para Julius. En algún momento de mi vida, más grande tal vez, lloré por el final.
10 años después, le agradezco a la varicela, por haber sido el dolor que me llevó a las palabras.
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