La luna suave ilumina las horas,
El frío viento recorre las silentes calles;
En una habitación yace la mente que proyecta visiones,
En una habitación donde rotos corazones
Sollozan la melodía de los olvidados.
Las manos cansadas se enfrentan a la nada,
Una tenue luz amarilla que contrasta hermosamente
Con las pinceladas azules y plata
Que irradia el nocturno astro celeste
Por amor al arte las manos se elevan.
Se elevan como dos altares mancillados
Por los difíciles trazos de la naturaleza humana;
El amor del hombre, acaso es sempiterno,
El recuerdo de un beso, el abrazo de un hijo.
Oh, en soledad grita el desahuciado: ¡me abandono a mi destino!
En las calles silentes un resoplo siniestro:
Un fantasma, como un viento, eleva la hojarasca de los tiempos.
Una sutil sombra en la ventana,
El recuerdo de una dulce voz;
Agujas invisibles que atraviesan el alma.
Y la luna, tan altiva y prepotente,
La luna de esta noche es habitada por siniestros seres;
Su luz pálida que al socavar mi frente,
Encuentra infinitos miedos, y se ríe de mi desventura,
Ella sabe de temores y de noches de penumbra.
Los ojos se cierran tras el fulgor infinito,
Las últimas palabras escritas sobre la última hoja
En la mente rondan como la herida de la cuchilla:
“todo es nada, nada es todo, esa es la única verdad”.
Al abrir los ojos, su recuerdo había desaparecido.
Jamás me sentí tan solo,
Estando rodeado de tanta gente;
Jamás la voz del silencio fue tan elocuente,
Reconocí la locura en los ojos frente al espejo.
La luna siguió su rumbo, yo morí de repente.
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