La Universidad es otro engaño en forma de pupitres escalonados donde la voz del profesor se escucha con eco y fuerza, un eco y una fuerza que me llevan a la confusión. Es imposible confiar en la capacidad de la gran mayoría para ser responsables por lo que, una vez más, se exige nuestra participación forzada (después de una ronda voluntaria en la que sólo interviene el silencio) y se nos intenta guiar como lo que somos: un rebaño de intereses tenues y difusos que han dejado de lado su capacidad creativa en la infancia, habiendo sido convencidos de que dedicarse al arte no es tener un oficio y éste no genera beneficios. De este modo, no sacamos nuestras propias conclusiones de los libros, sino que almacenamos los conocimientos que se nos piden, pero únicamente durante un tiempo limitado. La tecnología avanza mientras nosotros nos convertimos en las máquinas más imperfectas que existen. Por poner un ejemplo, cada año se gradúan nuevos matemáticos, unos saldrán mejor preparados que otros, pero lo que aportarán a la sociedad no variará demasiado.
Por este motivo y por otros similares, el éxito académico no es mi éxito favorito y siento que el éxito laboral, tan atractivo para mí como desconocido, no llegaré a rozarlo ni con la punta de los dedos. Es más: las circunstancias (internas y externas) no me permiten denominarlo meta.
Es por eso que me centro en el éxito personal. Estar bien con uno mismo no es ninguna tontería. Para alcanzar ese bienestar no es imprescindible dormir bien, comer sano y sonreír al mundo; va más allá de todo lo que se pueda razonar y de lo que se pueda considerar correcto. El éxito o satisfacción personal es hacer lo que te haga sentir bien, pero no a corto ni a largo plazo, sino a medio camino entre ambos. No es consumir heroína, no es buscar el placer efímero que luego te hará sentir enfermo o culpable. No es, tampoco, formarte toda una vida con un esfuerzo desastroso para conseguir lo que creíste que querías por encima de todo. No es vivir sufriendo con la intención de morir en paz. Es encontrar el punto medio por una vez: que lo que hagamos hoy no nos haga daño mañana y tener unos cuantos recuerdos que valgan la pena.
Nuestras aficiones y virtudes son más importantes de lo que nos han contado. Dedícales un tiempo diario. Una vez que reconozcas que lo merecen y lo mereces, no tendrás ni que planificarlo.
No subestimes el éxito social. Improvisa. Y qué mejor manera de improvisar que salir a la calle y aprender algo nuevo con amigos o incluso desconocidos. Un desconocido, sin pretenderlo, sin duda puede aportarte algo nuevo que merezca la pena. Algo nuevo para ti y viejo para él o ella. Así funciona. Relacionarse es una necesidad del día a día en un ser humano.
Pienso que los amigos son mucho más necesarios que una pareja que alimente tu egocentrismo, pero tampoco quiero restarle importancia al amor. En mi concepción monógama del mismo (en mi opinión, tan válida como otra cualquiera en la que el respeto esté presente) la pareja es un pilar importante. Entre el éxito personal y social hay otra satisfacción que tiene un pie en cada lado: el éxito sentimental, que tiene un poco de cada uno. La satisfacción profesional no debe substituir a la satisfacción personal, pues esta es la que nos diferencia de las máquinas.
Demasiado a menudo pienso que el mundo son matemáticas, frías e invariables. La filosofía y las letras son las que nos han hecho ser quienes somos e interpretar el mundo de diversas formas, no de una sola. No predico la verdad, sólo opino y en esta opinión soy consciente de mis posibles contradicciones mientras respaldo que la verdad absoluta no existe, que la memoria objetiva sólo aparece en ordenadores y que espero no sacrificar nunca mis mil maneras de entender el mundo por un éxito sentimental que me ciegue. No sería la primera.
Interesante escrito del cual me siento identificada en pensamiento ya que la verdad absoluta no existe y estar bien con uno mismo no es ninguna tontería. Agrego que somos y sin saber los peores jueces y verdugos de uno mismo…