– ¡No te puedes ir! Esto no es posible… ¡Simplemente no puedes entrar en mi vida y luego irte! ¡No es la forma! ¡Dijiste que te quedarías conmigo! – no dejaba de gritar él. Las lágrimas de ella no paraban de salir. Ella lo sabía. Sabía que, desde un principio, las cosas iban a terminar mal. Su »obra de caridad» le costó caro. – Lo siento. – se limitó a decir ella. Solo un »lo siento», con un millón de palabras encerradas dentro de esas dos. El solo la miraba. No la miraba con desprecio ni con rencor, u odio. La miraba con dolor, pena, histeria. Con la mirada – y el alma – rota. No podía creer lo que estaba pasando. Ni la droga más fuerte haría que tenga esa maldita ilusión. O mejor dicho, pesadilla. Ella rompió el silencio. – No sé si volveré. – las lágrimas abundaban en toda su cara. Desgraciadamente, ella se enamoró. – Tienes que volver. – dijo el, con todo el dolor y toda la ira en carne viva. Desgraciadamente, él se enamoró. Se miraron unos segundos, como si en esos segundos recordaran todo lo que pasaron. Todos los obstáculos. Hasta esa gran valla, que dio inicio a este desastroso romance. ¿Superarlo fue lo mejor, o lo peor? De repente, él soltó: – Ahora tú eres mi adicción. – Trataba de hacer una sonrisa – Te amo, mi hermosa y peligrosa adicción. Tendrás que volver, ¡porque ahora eres mi droga-amor-dicción!
Libro escrito por mi.
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