http://elcobijodelareflexion.blogspot.com.es/2016/06/la-primera-luz-del-dia_1.html
Antes de nada, he de confesar a mis lectores que la primera vez que viví la historia que os vengo a confesar fue hace años, y desde entonces, he conocido su distorsionada evolución; versiones manipuladas para ofrecer una mayor impresión. Sin embargo, en vano, pues, desde mi humilde punto de vista, las segundas partes nunca fueron buenas.
Dejadme que os introduzca:
Habrán pasado doce años ya, cuando, por primera vez, mi hermana Lucía me contó aquella inverosímil anécdota, con cierta desconfianza y un tono de perplejidad en su mirada. Apenas tendría trece años, los suficientes como para ser testigo de la realidad, pues siempre fue una chica curiosa, extrovertida y muy traviesa… Pasaba su día a día en la calle, parando en casa para comer y dormir, poco más. Con cierta frecuencia llamaban al portón, sin armonía y con carácter; la música favorita de los vecinos. “¡Carmen, por Dios te lo pido, encierra a esa hija tuya en su cuarto y, por favor, no la dejes salir! ¿A que no sabes lo que ha hecho ahora?” “¡Mira! ¡Mira! ¿Es que acaso hay derecho a esto? ¡Pero mira la calva que le ha hecho esa alimaña a mi hija! No hay derecho, de verdad, no hay derecho… Carmen, por los años que nos conocemos, que si no tu hija ya estaba en un centro de menores, ¡te lo digo yo!” “Antonio, he visto a tu hija abajo en la fuente con ese muchacho tan raro… el niño de Margarita. Yo no sé qué harán esos dos juntos, pero nada bueno, ¡eso seguro!”…
Mi padre y mi madre sufrían innumerables advertencias sobre todas las diabluras que firmaba mi hermana… Y quién lo diría ahora: abogada y esposa de un juez. Sin embargo, cada vez que rememoramos aquellos tiempos, sorprendidos por la metamorfosis, ella siempre responde lo mismo: “Quien soy se lo debo a quien fui”
Pero aquella criatura no solo correteaba por las calles del pueblo; también, recuerdo, se pasaba horas sentada frente al Olivar, sin hacer nada a simple vista, pues no hay mirada que penetre en la razón, eso es cosa del alma. Llegaba a menudo de madrugada con el gesto cansado, y se excusaba por su falta de interés en todo lo que no le seducía: ella prefería las mentes, más dulces que cualquier manjar.
De ella aprendí la pausa y el nervio, el coraje y el sosiego, la locura y la lucidez… mi dulce ángel imperfecto.
Fue un lunes, estoy seguro. Aquella noche nos fuimos tarde a la cama celebrando el cumpleaños de Jacinta, nuestra querida asistenta; una más de la familia. Y recuerdo que fue lunes porque daba igual en que día cayese un cumpleaños; siempre lo celebrábamos los lunes, y nunca pregunté por qué.
Lucía parecía enfadada y se fue a su cuarto nada más se terminó la tarta de calabaza, la favorita de mi madre. No esperé saber más de ella en aquella noche, pero, como siempre pasa con mi hermana, me equivoqué; No recuerdo la hora, y si la recordase os mentiría… estaba en mi cuarto con la sensación de estar dormido, pero pude notar los pasos de Lucía acercándose desde su habitación hasta mi cama, y cuando llegó me incorporé sobre el respaldo del cabecero, aun con los ojos cerrados.
Tenía en su mano un pequeño candelero con una vela encendida, y lo primero que vi no fue su rostro, puro e inocente, sino una carta envuelta sobre si misma que procuraba alumbrar en la oscuridad de la noche. “Ten” me dijo, y no volvió a pronunciar palabra; se sentó a los pies de mi cama y me acercó la luz para que pudiese leer aquel manuscrito mientras clavaba su dilatada pupila en mi desconcertada mirada.
Aún lo conservo y, aunque pudiese redactároslo de memoria, prefiero copiarlo tal cual lo leí, leo y leeré, para, así, controlar cualquier tipo de divagación mental. Confió en que mis lectores enfoquen y contextualicen todo lo dicho en la carta pues, aunque inverosímil, tan cierta es que la simple duda llevaría a una temible insania.
“Lunes, 11 A.M. No hay nadie que pueda escucharme, y si lo hay, no lo escucho yo a él.
Quizás fuese el café de la mañana, o aquel gesto que hice al parar el taxi, o puede que sea por esta misma carta… quizás nada de eso importe; eso nunca lo sabré, y tampoco es el comienzo el principal acusado de su final. Me hallo aquí.
Sólo, incomprendido, con la expresión amarga de la apariencia y sin nada que mostrar ni nadie para sentir. Y en la locura de mi soledad me da por saltar, tirarme al suelo y arrastrarme, balbucear como balbucea el bonobo en pleno conflicto; me desnudo y me despeino, para meterme en mi papel, canto, grito y susurro… Y no existe más que ni menos que. Todo es ahora.
Pero esto es ni mucho menos extraño; el incidente fue otro.
Encontrándome en plena agitación emocional quise explicarlo todo, quise hacerme comprender, pero no supe de palabras que definiesen aquel sentimiento… ni aquel ni ninguno.
Y es todo y cuanto me ocurre: he perdido el juicio sin tener la oportunidad de comunicarlo. Y quizás me veáis, me imaginéis en vuestras cabecitas peludas, pero jamás me entenderéis. Pues no os veo, no os escucho y no sé nada de vosotros. Y aquí, en mis manías, todos se conocen.
Tampoco pretendo que me busquéis, e incluso procuro que no me encontréis, pues llevan mucho tiempo intentándolo y nunca lo consiguieron. ¿Pero Quién? Ellos, los que me buscan, por supuesto. Dejadme aquí, necios.
Pero… ¿Y mi hermana? llevo esperándola más de una eternidad, y nunca aparece… Por ella vine aquí, y por ella seguiré. Mi querida hermana, tan dulce e inocente pero pobre de cordura… Supo elegir la verdadera esencia; pues creedme, no existe demente que pretenda “curarse”. Quizás ella sí…
Por ello mi carta y por la angustia que me trae, la necesito ahora, ¡ya! Por favor, recuperadla… traedla ante mi…
¿Su nombre? La magia de una peculiar lucidez, que nació con la primera luz del día, su nombre Lucía.”.
Deja un comentario